Si no
estás preparado para equivocarte, nunca producirás nada original
– Sir
Ken Robinson
La semana pasada
fui al dentista y para serles sincero lo disfruté, el odontólogo fue cordial,
educado y muy profesional. Al término de la consulta me preguntó: ¿no ha
pensado ponerse frenos y enderezar un poco sus dientes? ¡Va a ser otro!
Yo no pude
evitar reírme y decirle que me gusta mi sonrisa. Pero me dejó pensando. No en
dentaduras, ni en sonrisas sino en el concepto de “perfección”.
Para triunfar en
el mundo sólo necesitas una cosa: perfección. Tener la sonrisa, la palabra, el
trabajo o el cuerpo perfecto; esforzarte por ser la mamá, el empresario, el
estudiante, el deportista, el hombre, el niño o el viejito perfecto. Nunca te
equivoques, no te vayas a ensuciar ni a despeinar, ¡ay de ti si te tropiezas, o
si tienes un diente un poco chueco! No te enojes, no llores, ni se te ocurra
regarla. ¡Párate derecho, mete la panza, no te atrevas! Ufff, ya me cansé sólo
de escribir estos renglones.
Todos los días
recibimos cientos de estos mensajes una y otra vez, sin embargo el problema no
es ese. El problema es que frecuentemente creemos esos mensajes, pensamos que
debemos convertirnos en Míster Perfecto o en Señorita Nunca-Fallo. Pero ¿cuál
es el problema? ¿qué hay de malo en buscar que todo nos salga bien?
Que algo sea
perfecto quiere decir que no tiene ningún fallo, que ha llegado a un estado
óptimo y que no se puede mejorar. Pues eso no pasa en este universo: aquí la
vida evoluciona, las culturas se desarrollan y el propio universo se expande.
Así que aunque la búsqueda de perfección nos puede ayudar a crecer e incluso a
ser más cuidadosos, si nos obsesionamos con esa idea entonces se vuelve un
camino derechito al agotamiento, la frustración, la intolerancia, niveles
pobres de aprendizaje y muerte a la creatividad.
Es en serio, no
hay nada más cansado que buscar ser el mejor en todo, todo el tiempo. Y el
problema es que a la larga se vuelve una tarea imposible; te prometo que por
más que te esfuerces un día de estos la vas a regar, vas a extraviar las llaves
(espero que sólo por un ratito), no vas a poner el acento donde va o te vas a
salir de tus casillas. Es fácil malgastar una gran cantidad de energía –y
quedar cansadísimo- al buscar ser perfecto.
Si el
perfeccionismo autoaplicado cansa, ahora imagínate que pasa cuando quieres
tener la pareja, el hijo, el trabajo, las vacaciones o el empleado perfecto. Se
llama frustración; las cosas y las personas se empeñan en ser diferentes a lo
que esperamos. Son lo que son, no lo que nosotros queremos que sean. Quien
tiene expectativas de perfección en los demás se asegura la decepción, se
dificulta las relaciones incluso con aquellos que más quiere, sufre.
Si cansancio y
frustración todavía te parecen poca cosa, aún nos queda otro efecto negativo
del perfeccionismo: problemas para aprender e innovar. Los mayores genios del
aprendizaje y la creatividad son los chamacos que aún no conocen el concepto de
“error”, todavía no los hipnotizamos para que crean –como nosotros- en ese
terrible monstruo, entonces aprenden a caminar cayéndose, a usar el lenguaje
usando mal los verbos, a vivir equivocándose. Desafortunadamente esa etapa no
dura mucho, pronto empezamos a juzgarnos con rudeza, a criticarnos por no
haberlo hecho lo suficientemente bien y a desaprovechar las oportunidades de
aprendizaje que nos brinda la vida.
Pero no me
malinterpretes, todo este rollo no es para invitarte a que seas malhecho, a que
no pongas atención o a que dejes de poner el corazón en lo que haces. ¡Al
contrario! Entrégate a lo que haces momento a momento y relájate, no les exijas
perfección a los que quieres (incluido tú mismo). Libera tu energía, tu
disfrute y tu genialidad aceptando tu perfecta imperfección. No eres perfecto,
ni lo vas a ser. Tu trabajo, tu suegra, tus hijos tampoco. Sin embargo esta no
es ninguna justificación para ser “chafa” o para entregarte a medias; no eres
perfecto pero tampoco tienes porque ser “patito”.
Observa a un
niño jugando, a un artista en acción o a un atleta completamente enfocado en su
disciplina. No existe nada más allá de ese momento. Se terminan las
expectativas y los juicios. Parece que el mundo se detiene. ¿Podríamos llamar a
eso perfección? No, ya que llegará alguien en algún momento y lo superará, pero
no importa porque hay algo más valioso ahí que la perfección. Hay belleza. Hay
vida. Hay disfrute.
Daniel Goleman
lo plantea de una manera muy hermosa en su libro “el espíritu creativo” cuando
nos hace la invitación: “entre placer y perfección, elige siempre placer”.
¡Que tengas un
día bellísimo, lleno de vida y de disfrute! Yo por lo pronto decidí no hacerle caso a mi dentista, por ahora prefiero no ser otro y quedarme con mi
imperfecta sonrisa.
Sergio Hernández
Ledward
No hay comentarios:
Publicar un comentario