Pues resulta que Dios hizo al Hombre a su imagen y semejanza… y como esa tarde Eva no estaba del mejor humor los mandó –por presumidos- a dar la vuelta a la manzana.
De modo que Eva se quedó bien
agusto en su jardín sin nadie que la molestara. Por un ratito, ya que como
buena Eva no se podía estar quietecita por mucho tiempo. Le hubiera encantado
mover un par de ríos, cambiar de lugar esas tres lomas y poner ese arbolito del
conocimiento un poquito más pa´llá, así que después de un rato casi se
arrepintió de haber mandado al Adán a dar la vuelta.
Pero decidida a aprovechar que el
donador de costillas y Don “Hágase la luz” se iban a tardar –pues como bien
saben, la manzana era grande- decidió ponerse a hacer lo que más le gustaba
hacer: usar la palabra, contar, inventar mundos e historias.
Así que lo primero que hizo fue
inventarse compañeras para contarse juntas. Le daba flojera contarle a la
serpiente (que era la única otra cosa platicadora por aquellos rumbos), así que
se inventó a las abuelitas de cada raza. Luminosas viejecitas de todos los
colores, con buena lengua y mejor oreja. ¡Y la
contadera comenzó!
Juntas dieron rienda suelta a
todos los cuentos, de su voz surgieron princesas que iban a la guerra, guerreras
que volaban en palos de escoba, brujas vestidas de rosa con una preciosa
coronita en la cabeza, se contaron sobre diosas que hacían hombres de masa de
maíz, sobre curanderas que solo aparecen cuando huele a lluvia, le dieron vida
a Sherezada, a Eva Luna y a Laura Casillas. Se contaron historias hermosas y
terribles, de las que rompen el corazón y también de las que lo sanan, lloraron
juntas y se rieron hasta que les dolió la panza.
Y con cada cuento el mundo se
hacía más grande y más rico. De ahí nacieron los colibrís y el agua de
horchata, la luna cuando sólo es una uñita, el aroma de las guayabas, la salsa
de molcajete, las miradas congela-escuincles y los besos levanta-muertos. Ahí
en el jardín del Edén –entre cuento y cuento- se inventaron los abrazos de
mamá, los niños que (como mi hija) con solo reír se echan a volar, las palabras
indignadas y aunque ustedes no lo crean también el café cargado y las arañas
pequeñitas.
En esas estaban, bien contentas
con tanto cuento, cuando por fin regresaron Dios y el Hombre. Ellos venían
fastidiados de tanto caminar, bien calladitos porque no hay mucho de que
platicar con tu imagen y semejanza, pronto la charla se pone muy aburrida.
Ellas estaban tan concentradas que no se dieron cuenta, o si se dieron cuenta
no les importó gran cosa. Ellos estaban a punto de interrumpir, pero al
escuchar las voces su silencio se hizo
más profundo… ¡El hechizo estaba muy cabrón! ¡Había tantas cosas nuevas que
surgieron de los cuentos! ¡Sus palabras
estaban tan llenas de fuerza!
Además fue justo cuando una de
las ancianas empezaba la historia de Rosario, Chayito le decían, la de la
cucharita de plata; así que el Hombre y Dios se quedaron todavía más
silenciosos, pelando los ojos y cuadrando las orejas ahora no de aburrimiento
sino de asombro.
Y con su voz
sin tiempo, la anciana contó:
…
…
…
Así terminó la historia de la abuela…
y así seguimos nosotros, asombrados, sin mucho que decir. Esperando que Eva nos
invite otra vez al jardín, que nos enseñe de su magia, que nos pida que movamos
aquel cerrito de aquí para allá y que la próxima vuelta a la manzana la demos
tomados de la mano.
Sergio Hernández Ledward
(Para el Festival Internacional de Narración Oral - Palabras al Viento 2016)