Los seres humanos somos un
milagro espectacular. En nuestro cuerpo, mente y espíritu hay arte, ingeniería,
poesía. Como especie nuestra curiosidad no conoce límites, tampoco nuestra creatividad,
ni nuestra estupidez. Soñamos dormidos y despiertos, queremos ser felices y
tenemos el potencial para lograr cosas grandes.
Peeero (siempre hay un pero) el
camino hacia cualquier meta valiosa no es ni derechito, ni de bajada. ¿Quieres
ponerte en forma, competir en un maratón, terminar la licenciatura, iniciar un
negocio exitoso, escribir un libro o tener una gran relación de pareja? Pues
más pronto que tarde te encontrarás con la espinosa cuestión de la disciplina.
Sabemos que para lograr nuestros sueños debemos ser constantes y disciplinados,
levantarnos temprano, vencer la flojera, hacer las abdominales y la tarea de
física.
Sólo de escribir esto ya me
dieron escalofríos de aburrimiento; y es que hemos relacionado la idea de
disciplina con sacrificio, con fastidio, dolor y dificultades. Pensamos que
disciplinar y castigar casi significan lo mismo. Sin embargo las palabras no
mienten; si investigamos el origen de la bien-odiada “disciplina” encontraremos
que comparte origen con la palabra “discípulo” que en latín quiere decir: aquel
que ama el camino que sigue. De modo que la disciplina está mucho más cerca del
amor y del disfrute que del castigo.
Entender esto puede tener
profundos –y placenteros- efectos. Más que disciplinarnos a punta de trancazos
y fuerza de voluntad, deberíamos buscar y encontrar amor por el camino que
elegimos. Seguir nuestras pasiones, volvernos muy buenos en ellas y ponerlas al
servicio de los demás. Una buena forma de hacer esto y disfrutar más lo que
hacemos para llegar a nuestras metas es enfocarnos en la satisfacción y el
bienestar que nos dará la meta cumplida. Para ser más claro, en lugar de pensar
en el trabajo que me cuesta levantarme a hacer ejercicio, enfocarme en los
resultados: visualizar un cuerpo sano, lleno de energía y en forma; en vez de
decirme “que flojera trabajar en la tesis”, pensar en la satisfacción de tendré
cuando el título esté en mis manos.
Alguna vez en un taller con
Richard Bandler (uno de los creadores de la Programación Neurolingüística), él nos
preguntaba una y otra vez: ¿cuánto placer eres capaz de resistir? Yo hoy quiero
preguntarte: ¿Cuánto placer eres capaz de sentir mientras haces lo que te
acerca a tus sueños? ¿Mientras te vuelves más grande, más pleno, más feliz y
más generoso?
Sergio Hernández Ledward
y en twitter: @checoequis
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